25 de noviembre de 2011

Porque lo poseo todo


Porque lo poseo todo y
no me siento entero.
Porque vive una chica 
que tiene todo 
lo que las demás no: 
Mi corazón entre sus manos.
-
Y es que te lo serví cual mesero,
en bandeja de segunda y
lo transmutaste en oro.
Y es que degusté tus besos
cual catador de vinos que se 
embriaga de tan fresco elixir;
que es como pureza,
que es como gentileza
y una seria adicción.
Arrepentida se arrodilla
ante ti mi mente
porque caí en la locura. 

Y si alguno de tus latidos
es para mi.
Y si al menos uno grita y 
es mi nombre en medio del 
invierno y renace en ti
una florcilla suplicando
que vuelva la primavera,
ahí estaré rápidamente
como un rayo solar
penetrando entre las nubes
de tus heladas tempestades. 
-
Porque lo poseo todo y
no me siento entero.
Porque vive una chica 
que tiene todo 
lo que las demás no, 
Mi corazón entre sus manos.

18 de noviembre de 2011

Dos extraños muy cercanos.

            
            Dos extraños se encontraban rodeados por una ajetreada multitud, que se acercaba al mostrador ferozmente para comprar bebidas calientes, debido al invernal frío que hacía ese día. A la gran mayoría los cubría un abrigo que les llegaba hasta los pies; con colores opacos marcaban el inicio del invierno.
            Ellos dos, se habían conocido no hacía mucho, en realidad, no llevaban ni diez minutos conversando.Ya existía el burbujeo de cierta química; de esa que cuando vas caminando por alguna calle, de pronto te percatas que alguien te mira y le devuelves la mirada acompañada de una sonrisa, piensas que tan sólo por ese pequeño hecho, el día te rinde culto, pero que segundos después, la persona se aleja y nunca se atrevieron a entablar una conversación más que ese coqueteo visual. Este no era el caso, ambos se habían coqueteado a lo lejos intercambiándose algunas ojeadas nerviosas hasta que la misma muchedumbre los fue acercando, arrastrando seria la palabra correcta y los puso justo a un lado del otro. El muchacho tomó una bocanada de aire vigoroso y se presentó. Al final, en vez de comprar primero, decidieron buscar un sitio en el concurrido lugar para tomar asiento.
            Apresuradamente, casi que se abalanzaron sobre una de las pocas mesitas de la cafetería con sus cosas. Sin perder la caballerosidad, aunque un poco fuera de lugar, él le corrió la silla para que se sentara y colocó las pertenencias de ambos en la silla que sobraba para que no estorbase. Volvió a introducirse con un poco más de elegancia, aún con una gotita de sudor que le resbalaba por la sien; cabe mencionar que ella estaba igual de acalorada, pero sorprendida por el comportamiento de aquel joven. El muchacho llevaba un traje de segunda mano, color negro con una corbata azulada. Ella vestía una blusa blanca, con una gabardina café que le llegaba un poco más abajo de la cintura; por debajo del abrigo usaba una enagua no muy corta de color negro.
            El la comenzaba a escalar con palabras, una montaña difícil de subir, pero con una vista preciosa. Pidió sin muchas opciones, dos cafés con leche y un pan grande francés. Rápidamente se acabaron los suministros de alimento para la gran escalada que ambos emprendían; se hallaban exhaustos de su charla y también insatisfechos, así que pidieron más, pero ¿qué sería lo que desde sus entrañas anhelaban?, ¿sería una excusa la comida?
            Entre risas y sorbos, se desenvolvían e iban dejando de lado las portadas, mostrando entonces sus contenidos. De lejos, se notaban como dos grandes amigos que desde tiempos inmemorables se trataban, pero de sus ojos se desprendía un brillo que anhelaba quizás algo más. Pasados dos cuartos de hora, entraron en una especie de trance en el cual, solamente ellos dos existían y los que pasaban a su lado no eran más que sombras errantes. El, tímidamente, le rozó su tersa mano, a ella se le erizó momentáneamente la piel; sintió que iban demasiado deprisa y la retiró al instante, más aún así sonrió abochornada y sus finas mejillas se colorearon de un discreto todo rosado, que sobresalía sobre su pálida tez.

            Ya era tarde y los celajes multicolores contrastaban con la tonalidad grisásea de la ciudad aún cuando llovía fugazmente. Ella se debía de ir, aunque en el fondo no lo deseaba; quería congelar ese momento para siempre. Aún así era su obligación, tenía un lisiado padre y a un par de hijos a quien cuidar, aún a su corta edad. También cargaba con la pena del fallecimiento de su hermano menor. Su padre se lo había contado cuando era tan sólo una pequeña niña y cuando ella volvía a indagar sobre su hermano, él se fastidiaba de manera sobreabundante.
            No le dejó su número, pero le prometió que al día siguiente estaría en aquella cafetería. El, le preguntó que si le gustaría ir a otro sitio, a una discoteca cercana en la cual se comía y se pasaba un rato agradable. Ella aceptó la invitación ruborizada y quedaron en reunirse pasado el ocaso, al frente de la cafetería donde el joven la recogería. Se despidieron con un efímero beso en la mejilla acompañado de una sonrisa tímida y se alejaron lentamente en direcciones opuestas sacando sus sombrillas. Ella vivía del lado opulento y él, en la cara más modesta, por no decir miserable de la ciudad. El muchacho había crecido prácticamente en soledad; apenas acompañado por una madre adoptiva que se sacrificaba por el hijo, vendiendo su cuerpo al mejor postor, para pagarle la educación. Nunca le comentaba nada acerca de su padre y cuando el chico le preguntaba por él, sacaba alguna excusa y se alejaba a hacer sus quehaceres del día.
            Avanzaron unos cuantos metros y voltearon a ver hacia atrás. El tiempo pareció detenerse por un instante, pues ambos lo habían hecho al unisono y volvieron la mirada como un par de niños avergonzados por lo nuevo que en su interior estaba surgiendo. Siguieron su trayecto y como pequeñas motas en horizontes contrarios, desaparecieron a la distancia contentos con aquel curioso encuentro.

17 de noviembre de 2011

Para quien le tema a la soledad.

Existe una palabra que se llama soledad, que al igual que felicidad, aflige a las personas. Es más que llamativa la influencia del entorno y de las palabras. Todo el ambiente con el cual convivimos a diario, nos señala constantemente que estar sin compañía es malo, es dañino; le dan una connotación tan aterradora a un simple término de siete letras, que los gentíos buscan a capa y espada el calor de otros, aún cuando éste es ilusorio, aún cuando pagan por él, aún cuando saben que al final del día, con toda aquella lucha, siguen estando solos.
               Al despertarse y ver una tenue luz resbalar por la ventana, tomar posesión de la habitación, lo vuelven a notar, conocen su realidad, pero le huyen. Es un poco masoquista, agrego, porque suelen escuchar, ver o leer tristes historias que les remarcan en sus corazones su solitaria permanencia (con tono irónico). Los medios masivos de comunicación los hacen creer y sentir que se encuentran solos, muy abandonados (por ellos mismos que tratan de saciar necesidades en los demás) y que sin alguien a su lado no son nadie; no alcanzarán la tan anhelada felicidad, cuando esta, desviándome un poco del tema, pero creo que es necesario aclararlo al menos a mi parecer, es tan sólo paz; tranquilidad interior. La paz no se puede lograr en grandes masas; miles pueden estar apaciguados y quizás tu sientas el dolor de las coronas de espigas en tu mente, el eco de la tristeza retumbar una y otra vez. Que en el ambiente no exista caos no quiere decir que en la mente tampoco. Es entonces cuando poco a poco, aquel sol que apenas se vislumbra en el horizonte, se torna en una luz cegadora que solamente los hace querer proseguir en la cama sin levantarse, por el peso de lo que ellos mismos tratan de encontrar en la sociedad, en vez de en sí mismos.
               Te pregunto, ¿qué hay en ti tan aberrante o escalofriante que ni tu mism@ puedas soportar y le debas de huir? Ciertamente no pierdes absolutamente nada con auto-examinarte, porque el aislamiento es estar contigo mismo, ¿tan malo es estar con la propia compañía? No hay por qué huir de esta palabra, sino aprender a convivir con ella; porque ella eres tu, el/la que sueles olvidar e ignorar en compañía de otros; omitir a consciencia el hecho de que estás sol@. Interioriza, estúdiate; degusta del tiempo que posees en tus manos. Sumérgete en lo que eres, saca lo bueno de ti, disfruta con tus virtudes. Si no te gustas, cambia lo que no te agrada y logra amarte, sólo así llegarás a amar a otros con suma pureza, pero sobre todas las cosas, alcanzarás la gloria de lo que llaman felicidad, la tan anhelada paz y podrás continuar. No te deseo suerte, ya que se que lo lograrás..
Medita lo antes dicho y hasta la próxima :)

15 de noviembre de 2011

Dibujos a las tres.

          
            - Me llaman inhumano y yo los llamo máquinas. - "¿Cómo es que debe de vivir un humano?" - pregunté,  más nadie me supo responder; no está en sus bases de datos al parecer. Que tan frívolos y asquerosos son... - se dijo a si mismo un joven muchacho de cabello castaño largo y algo arrepentido. Sus brillantes ojos azabaches eran iluminados por una lámpara grande que estaba sobre un escritorio y abiertos como platos, mientras permanecía tumbado en la cama. Observaba su recién impreso póster de Friedrich Nietzche; filósofo alemán. Se identificaba un poco con cada uno de esos grandes pensadores, aunque sabía que nunca iba a llegar a la cima o a ser recordado tanto como ellos y que tendría que acostumbrarse a su monótona existencia. 

            Marcaba las doce el reloj, era una noche fría y ventosa, por ello el chico se encontraba muy bien cobijado. Le apetecía escribir ese pequeño pensamiento como solía hacer y compartirlo a la mañana, pero la suavidad de su almohada parecía abrazarlo y arrullarlo para sumergirlo en un sopor eterno. Escuchaba una leve melodía de jazz; le gustaba pensar que era la música de fondo de su vida y por ello, siempre llevaba un pequeño reproductor plateado consigo cuando salía de su hogar.
            De pronto, le vino un sobresalto y le invadió un sentimiento de ansiedad, nervios y suma pereza; había olvidado hacer la tarea que dentro de unas horas debía de entregar. No podía darse el lujo de no llevarla, así que se levantó pesadamente, buscó el libro de ejercicios de matemática y se puso manos a la obra. Se le dificultaba un poco la materia, pero al fin y al cabo le agradaba. Los minutos pasaban velozmente, de hecho, tan rápido parecían girar las agujas del reloj, que en un pestañeo se imaginaba que iba a cantar el primer gallo del vecino de en enfrente, sin haber podido dormir nada. Se distraía mucho, más que resolver ejercicios se sumía en escenarios imaginarios mientras garabateaba cosas a un lado de los problemas; indudablemente tenía habilidad. 
            Al cabo de un rato, se encontraba elaborando un pequeño paisaje algo tenebroso en una de las últimas páginas del libro. Era algo así como unas extrañas bestias devorando a lo que parecía ser un hombre y éstas le arrancaban las entrañas en la cima de una montaña rodeada de tumbas. Aún le quedaba la mitad de la tarea por realizar, pero el muchacho continuó con esmero y en su interior se acrecentaba un odio muy grande hacia las personas que le rodeaban. Un minuto, dos minutos, de pronto cinco, volteaba a mirar el reloj y habían pasado más de tres horas. Rápidamente le comenzó a entrar sueño, dibujaba a cuestas, porque sus párpados se cerraban como si tuviera un par de pesas prendiendo de ellos.
            Repentinamente, su vista empezó a nublarse. Su mano dejó de esbozar, su lápiz se deslizó de entre los dedos y rodó hasta un viejo zapato, su cuerpo se echaba hacia atrás chocando contra el respaldar de la silla peligrosamente ya que ésta se balanceó un poco. La luz de la pequeña lámpara que él mismo había elaborado se fue tornando cada vez más tenue. El viento afuera de la casa soplaba cada vez con más fuerza queriendo irrumpir en la morada hasta que finalmente lo logró y abrió las ventanas de par en par. Fue entonces cuando el joven pudo vislumbrar apenas a unos pequeñas y feas figuras moverse por encima del libro y el paisaje a su vez cobrando color, vida misma. Brincaron sobre él mientras se desvanecía de sueño como si le hubiesen dado un somnífero y lo sujetaron entre todos con una firmeza y energía sobrenatural acercándolo a la mesa de roble. Tomaron, estos enanos personajes, su mano y en ella colocaron su lápiz; éste tenía una inscripción en una lengua antigua alrededor y una cruz invertida que el muchacho le había hecho hacía ya mucho tiempo.
            - ¡Ya está listo! - gritaron a toda voz los diminutos y aberrantes seres que saltaron de nuevo hacia su mundo. Los secos árboles que se hallaban en el dibujo arrojaron sus ramas y se ataron a las manos del chico tirando de él con todo vigor. El joven se elevó por los aires rápidamente y se zambulló en su propia creación sin notar nada de lo sucedido, ya se había dormido.


            Al día siguiente no se volvió a saber nada del muchacho. La madre lo fue a buscar a su habitación, pero no se encontraba allí. Las ventanas estaban abiertas, así que supuso que se había escapado y que pronto volvería su preciado dibujante e hijo, pero nunca lo hizo. Largas y en vela fueron sus noches llenas de lágrimas que ya habían trazado un camino en sus mejillas. Los días pasaron, los meses transcurrieron y poco a poco se iban sumando años. Se le había dado aviso a la policía, colocado carteles con su fotografía en casi todos los postes de la ciudad, pero nadie lo había divisado. El sufrimiento de la madre hizo que empeorara su ya inestable salud y murió a la siguiente primavera. La vieja casa fue subastada, ya que no tenía ninguna otra familia a la cual heredarla. Nuevos inquilinos la llegaron a habitar y entre ellos se encontraba un adolescente amante de la pintura. El último cuarto del tercer piso fue su nuevo estudio; en él se ubicaban las cosas intactas y empolvadas de su antiguo dueño.
            Ciertamente no pasó mucho tiempo hasta que se topó con el viejo libro de ejercicios sobre la mesita de roble y en él los bocetos con el paisaje incluido, el antiguo y tenebroso boceto con aquellos seres de fondo torturando a una especie de figura que, a la vista, no se podía distinguir del todo, pero parecía una persona; gritos de dolor se escuchaban a altas horas de la noche cercanas a las tres. Los nuevos dueños decidieron irse, ya que nunca descubrieron qué era lo que ocasionaba aquellos aterradores alaridos. Vendieron la casa, volvieron otros propietarios a ocupar la residencia. Aconteció lo mismo seis ocasiones más hasta que se dispuso demoler la enorme y antigua casa de madera de tres pisos en favor de la salud psicológica de los abrumados habitantes del vecindario.
            Se dice que alguien, un día entre los escombros, descubrió el libro ya carcomido por el tiempo; nunca se supo de él otra vez...

10 de noviembre de 2011

Para las tristes y errantes criaturas que merodean el mundo.

De pronto, tenemos estos momentos en la vida, en los cuales no sabemos ni siquiera qué es lo que deseamos, no sabemos el motivo del por qué vivimos o si vale la pena seguir, simplemente perdemos la brújula y nos dejamos llevar en el transcurso del tiempo. A veces, nos encontramos con nosotros mismos mirándonos al espejo tal cual nos miran, pero ¿sabrán aquellos y aquellas lo que de verdad somos? ¿qué forma adoptaríamos si pudieran ver lo rotos que estamos algunos por dentro? ¿nos determinarían tan siquiera o seguirían su trajín diario con los que usan una máscara para ocultar lo que son en verdad? 

     En ocasiones, al lanzar una moneda al aire, reconocemos la elección que queremos que salga antes de que la moneda caiga entre las palmas, pero ¿será tan difícil escoger lo que nuestro corazón desea, cuando nuestra mente nos obliga a dejar de perseguir esas cosas sólo por evitar lastimarnos más? Es como si nosotros mismos conspiráramos para no poder tener paz y comenzáramos a fingir sonrisas, abrazos, besos, en fin, el cariño que le tenemos a los demás, ¿cómo logramos reconstruir corazones rotos cuando las piezas de éstos, volaron a lugares muy distantes ya o simplemente nos es imposible volverlos a armar? ¿cómo? ¿desde qué tan profundo debemos de rellenar nuestras vacías esencias? ¿con qué o quienes? En el fortuito cambiar de los tiempos, del transcurso de la vida, ¿podremos encontrar aquell@s con los cuales calzaremos como en un gran rompecabezas? Me gustaría conocer muchísimas respuestas, pero lastimosamente mi esencia formula más preguntas que sus respuestas, es lo normal. Conforme pasan los años y experimentamos, el maestro que es la vida, nos va revelando sus pasadizos secretos a un mundo en nuestro interior lleno de paz, de tranquilidad y de fortaleza, eso sí, con el módico precio de luchar contra miedos y actitudes negativas que por residencia tengan nuestra mente. Aunque, quizás en posteriores entradas, responderé algunas de estas importantes preguntas.

     La mayoría, corrijo: todos cargamos muchas cruces sobre los hombros. Buscamos soluciones, pero las personas nos aniquilan por completo las ganas de mejorar, de progresar...
Deseamos que todo sea como una película y que quizás un desconocido se siente al lado para platicar, iniciar una amistad y a futuro, con un poco de suerte, algo más duradero, pero nunca somos los primeros en levantarnos y hacer de una existencia a veces miserable, algo feliz y memorable...Lo único que hacemos es soñar y nos olvidamos de que los sueños se basan en lo que llamamos vida, en nuestra realidad y que se pueden hacer realidad, pero a veces nuestros temores son grandes murallas que no nos dejan ver el horizonte de las cosas que nos esperan. Escuchamos las voces de nuestros deseos a lo lejos, pero pensamos que nunca podremos ver esos anhelos materializarse y con el tiempo se convierten en un eco. Dejamos pasar demasiadas oportunidades por desconfiar de la vida misma y aún peor: de nosotros

     Las cosas de este mundo son pasajeras y lo sabemos, pero desechamos la grisácea realidad y nos sumergimos en fantasías. Las cosas más obvias y simples son las que nos cuesta entender y aplicar. ¿por qué sentarse a llorar esperando un consuelo que no llegará? ¿por qué nos dejamos derrotar endureciéndonos y dejamos que el viento robe nuestras ilusiones, nuestras fuerzas? Solemos permitir que las cosas sucedan y la sociedad, siendo ésta un conglomerado de aquellos melancólicos y abatidos seres, nos continua rezando frases como: "El tiempo lo cura todo". Claramente es mentira. El tiempo no lo cura todo, hace mil cosas excepto curarnos: nos vuelve indiferentes, nos vuelve fríos, nos lastima, porque permitimos que sucedan las cosas sin nosotros mismos actuar...Y si estamos destrozados por un pasado, es deber enterrarlo, porque una herida no cicatriza si no se deja de tocar. Agrego a todo esto: doma al monstruo que vive en ti, para que no te controle.

     Siento que tengo mucho que decir, pero no es como si tuviera a un gran público que me pueda entender, leer o escuchar, por lo cual acabaré aquí hasta que mi confusa y rara existencia desee de nuevo comunicarse con los vivos. Que tengas un buen día :)

8 de noviembre de 2011

La muerte de un recuerdo.


                Vagaba sin rumbo, como lo solía hacer día con día, por algunos viejos y conocidos parajes; el sol ya casi se ocultaba y las nubes parecían las sábanas que lo iban a acurrucar para su largo descanso, luego de prestar su luz. Sin darme cuenta llegué a un risco de gran altura, a lo lejos de donde me hallaba, se veía una figura a la orilla del lugar y continué siguiendo mi camino. La figura estaba solitaria, como el viento que ha recorrido las cuatro esquinas de la Tierra sin compañía alguna y sobre nosotros pasó velozmente una bandada de aves azabaches.
               Yo ya no sentía nada. El clima, en ese momento, parecía muy helado, pero ni aquel ser lejano ni yo parecíamos padecer de frío. Resolví ir hasta aquella banca en la que se encontraba; sin prisa y con sinceridad puedo decir que sin muchas ganas, pero mi curiosidad me arrastraba. La banca era pequeña y de madera algo desgastada. Me seguí acercando y advertí que se trataba de una chica, desde atrás tenía una larga cabellera castaña, una blusa negra y un pantalón bastante sencillo color gris; también noté que estaba descalza. Tenía una bufanda que se deslizaba con el viento y sus cabellos danzaban en armonía del mismo modo.  De pronto, me empecé a sentir raro, era una especie de senil nostalgia. Seguía ahí de pie detrás de ella sin moverme. Algo en la escena me producía una mezcla extraña de sentimientos que llevaban tiempo de no emerger en mi interior. Un brillo dorado chocó contra mis ojos; era un anillo, conocía ese anillo y hacía años no lo veía. Estaba sorprendido y tenía miedo. Miedo de que aquel rostro fuera de alguien que quedó muy enterrada en mi corazón.
               No comprendía nada de lo que sucedía, pero me armé de valor para dar algunos pasos más y mirar. “Todo gracias a mi curiosidad” – pensé. Caminé hacia adelante mientras veía el horizonte marino. Habían muchos celajes; se veían tonos grises, naranjas, rosados y amarillos. La chica no hizo ningún movimiento, seguía estática en la banca. Yo no quería volver a ver hacia atrás, simplemente no se me antojaba quedar de nuevo atrapado en mi pasado. Tomé una inútil y sonora bocanada de aire y me volteé.  


               Ahí se encontraba, era ella; de lo que estaba compuesto mayoritariamente mi corazón, lo que llaman esencia o alma. Yo la miraba, ella reposaba su barbilla sobre su mano; ni siquiera parecía notarme.
               -“¡Hola!” – le grité efusiva y tontamente. Era obvio que no me iba hablar. No sé en qué estaba pensando, pero quería intentarlo aún así. Es de los peores castigos que alguien puede recibir, pero yo me lo había ganado, esta clase de inmortalidad que nunca pedí. Miré de nuevo el atardecer, era realmente hermoso. Se escuchaba también el sonido de los pájaros y la sinfonía sublime que creaba el vaivén de la marea. Se veía la negra silueta de una canoa y su pescador volviendo a la orilla con su red medio vacía de sustento volviendo con sus seres amados. “Ojalá yo pudiera…” – dije por lo bajo.
               Ella había cambiado de posición a esa que llaman de “indio”. A su lado, reposaba un pequeño bolso de tela café con algunos libros. Se puso a juguetear con el anillo que le había regalado. Miré el anillo y un dolor muy agudo nació dentro de mi, parecía que me estaba atravesando por la mitad de mi pecho; caí de rodillas en la suavidad del pasto. Gritaba del dolor, pero éste no hacía efecto en la chica, ni en todo el derredor. Iba y venía, como un palpitar y poco a poco parecía ir menguando.
               - “¡Mírame, te lo suplico!” - chillé retorciéndome en el suelo. La joven continuaba jugando con el anillo hasta que lo sujetó fuertemente entre sus dedos y se puso de pie. Sus ojos reflejaban la luz del sol; el viento soplaba con más viveza, mantenía una mirada serena y sus cabellos seguían entrelazándose con la caricia del céfiro.
               Pequeños retazos de sentimientos comenzaron a caer de sus ojos, resbalaban por las mejillas; parecían tener ya un camino establecido, quizás de noches que para ella pudieron ser eternas y el único escape que tenía era caer en los brazos del dios del sueño sin consuelo alguno.  Mi palpitante congoja ya había cesado. Me levanté rápidamente y estiré mi mano tratando de evitar que sus lágrimas, que parecían estrellas fugaces con el reflejo del sol, murieran al final de su rostro, pero la atravesé por completo. Mi impotencia aumentó. Nunca me verá, nunca sabrá que desde hoy la seguiré a donde sea que se dirija. Intenté tomar sus manos sabiendo que nada haría con ello, fue inservible. Ella levantó la vista hacia el sol, quedaba un pequeño trozo de el antes de irse a dormir y la reina de la noche se hiciera presente.
               Yo solo la observaba, era tan hermosa. Labios algo gruesos, ojos marrones que parecían aún más claros con la luz, tez clara, nariz diminuta y fina, aquel cabello lacio que tanto amaba acariciar y oler hasta que el sopor la invadiera.
               Ella dejó de pronto de sollozar y se limpió con la parte baja de su blusa.  Recordaba cada instante que había estado con ella, desde el primer día que nos conocimos y sobre ambos cayó un velo que nos abrigó, un velo que solamente es para dos… 


               -“Bésame” – susurré mientras la tristeza crecía en mí. – “mira, aún conservo tu anillo, está atorado a mi como tu lo estas en mis entraña” - Ella miraba la argolla y yo la mía, pero me había volteado hacia el horizonte. De repente, vi algo pasar cerca de mí, parecía una estrella fugaz recorriendo el cielo alcanzando cada vez más altura.
               -“¡NOOO!” – vociferé. Era la sortija que alzaba vuelo y descendía para caer en el océano. No lo concebía, ¿por qué lo estaba arrojando? Me volteé y me di cuenta de que estaba sonriendo.
               - “Eres libre” – afirmó ella tranquilamente. 
               - “¿Por qué lo arrojaste?
               - “Te libero amor…”
               -“¡Tan solo soy un recuerdo! ¡Vivía ahí!” – gritaba, pero no se producía ningún efecto, era como gritar…silencio por ilógico que suene.
               Repentinamente mi cuerpo comenzó a desaparecer. Mi vestimenta negra se volvía gris, mis pálidas manos se hacían cada vez más transparentes. “Ella me mantenía atado aquí, siempre fue así” – respondí a las incesantes preguntas que me formulaba. 

               - “No necesito ya un recuerdo cuando vives en mí, necesito seguir adelante…” - afirmó la chica.
               

              Mi existencia fue fundiéndose poco a poco con el viento en aquel risco. Ella se fue alejando, pero volvió a ver hacia la banca donde me hallaba. Sonreía nostálgicamente y yo contagiosamente sonreí también: fue como la primera vez que nos vimos. Me evaporé del lugar, pero me quedé mirando como ella se apartaba. Nunca debí de haberla abandonado, nunca debí de haber sido tan tonto de cometer esa locura. Yo había permanecido en ella por un largo período, cientos de estaciones quizás. La estaba reteniendo de la alegría que podía producir incontables cosas en este mundo, siendo la principal el amor. Tal vez siga habitando su alma aunque nunca más la pueda ver. 

               ¿Qué es el amor sino un recuerdo? Dejamos de existir cuando nuestra esencia se desvanece del corazón de las personas. Se que con el tiempo y sin querer, ella me olvidará, es sencillamente inevitable y ahí será cuando el amor morirá, cuando yo moriré. Numerosas personas también harán lo mismo con mi memoria.
               Es curioso, sin el amor nadie nos notaría en este mundo, nos hallaríamos como lo que hoy soy: un simple fantasma que ya no sabe ni siquiera en dónde se encuentra…


7 de noviembre de 2011

Memorias de Astaroth - Pequeño extracto de El Contrato (Mi libro).


"Excavé en lo profundo de una esencia que me fue desconocida buscando el manantial que se convirtió en veneno. Debía sacar un poco cada día para satisfacer existencias. No encontré nada allí; era pura oscuridad. Niebla densa me rodeó y un frío que penetró mi ser me invadió. No supe ya qué buscaba, presentí que me había perdido y no vi ninguna luz a mi alcance. - decía el joven mientras miraba la chimenea y en sus ojos se reflejaban aquellas llamas que lo hacían ver aún más temible."

-"¿Cómo saldré de aquí?" - me pregunté.

"Mi boca fue sellada y solamente era legible el eco de los lentos latidos de un corazón resonar en ese abismo."

-"¿Tan grande es mi indiferencia? Ya no sé si quiero salir. Siento que he encontrado mi hogar
en este solitario lugar..."

"Comencé a ver fantasmas pasar. Pálidos, miraban en mis ojos rebuscando sus propias respuestas. Mi conciencia perdía sentido al igual que el prohibido viaje que había emprendido. Me senté en un rincón y sin querer, caí en otro sitio. Fue entonces cuando se alzaron ante mi blancas montañas con un denso abetal multicolor. Me rodearon por completo."

-"¿Tan frío soy?" - dije mirando sin mucha sorpresa aquella escena.

"De pronto, las heladas montañas comenzaron a derretirse. Ahora había una verde pradera y un lago de cristalinas aguas. Caminé entre esos campos vírgenes y noté un brillo a la distancia. Corrí lo más rápido que pude y en el suelo observé un viejo corazón de cristal resquebrajado. El corazón que había escuchado antes en el abismo. Supe entonces que existía, ¡que vivía!. Que no era solo un ser vagando entre océanos de cráneos. Por eso y por muchas otras cosas fui expulsado apenas se dieron cuenta." - finalizó el demonio con un efímero suspiro. Su mirada apuntaba hacia el vacío, perdida vagando entre aquellas remembranzas.

Astaroth - El Contrato por Guillermo Sánchez Chacón.

5 de noviembre de 2011

Solía correr sobre la luna.


Solía correr sobre una calle
descuidada, copiosa de hoyos
como vemos la luna;
era mi luna, afirmo,
mi patio de juegos, confirmo.

Envejecimos juntos.
Canté mis pensamientos
entre adoloridos amigos,
viejos conocidos y ahora
solo, son sombras del otro
lado de la superficie lunar.

La vida pasa entre bostezos
y miradas nerviosas. 
Nuestras botellas se añejan, 
pero el dulce vino que beben
los demás se pone cada vez mejor.

Sí, solía correr sobre una calle
que retrataba a un faro inmortal.
Frecuentaba mancharme con
barro los zapatos y medias.
Río ahora, sí,
una curva se dibuja en mi 
tenso semblante, porque fueron 
escalones que me añejaron 
para convertirme en hombre y
conquistar la luna.

4 de noviembre de 2011

Máscara, belleza maldita.



Belleza no es lo que se refleja
ante mis ojos luego de que el
sopor matutino se disipa y muere.

No, belleza es lo que veo en la inocencia
inherente de los nuevos inquilinos 
de la tierra que nos vienen a 
acompañar por aquí y por allá, 
de allá para acá; que lloran y 
rien sin razón, por diversión.

Belleza de los recién llegados
a los cuales les pido que me llenen
mi botella de más vehemencia.

Aberrante llamo al que me mira
al alba y ocaso antes de caer 
en los brazos de Morfeo, 
que me seduce al escape 
de esta monotonía colorida.

Me empujan aquellas
penetrantes pupilas 
hacia la lobreguez,
verdadera embriaguez que
es el vicio, mi debilidad.

Trato en vano de refluir y 
acabo echando las sábanas
grises de mi juicio hasta
el cuello y me desquicio.

Y un dos, tres, cuatro,
repito la maldita danza
de mi perdición al sonar
otra vez el reloj.
Me levanto, me miro,
me aterro y es así
como me pongo la máscara
fingiendo sonriente que
mis anhelos continuan
presentes y yo fuertemente
sigo andando firme y
consciente...

Ilusos.

3 de noviembre de 2011

Ideología de un bebé.


Me obstino 
sin entender
que a este mundo vine a nacer y 
como lienzo me tratan:
Retratando ideales, 
sueños o realidades
sobre mi frazada y mi descansar.
Así es como me atan a
tan prematura horca mientras
con este babero babeo
y a ser bebé de juguete juego.

Me obstino sin entender
que a este mundo vine a nacer y
que con un dulce chupete cumplo 
el egoísta deseo de un duplo concavándose,
socavándome con títulos 
de propiedad y
me tratan y 
se tratan repartiendo amor, 
titulándonos familia y
empujándome

un biberón.

No es familia,
no, no lo es o será,
pues esta se lleva en el corazón,
no en la sangre.

Tiernamente 
babeo y sonrió,
río y balbuceando
finjo no comprender 
mi cruel agüero,
afable suero
de falsedad.

Me obstino
al entender
el mundo al que 
vine a nacer.

2 de noviembre de 2011

Hasta que la muerte nos separe.



Y me hechizabas

con idilios que cantabas fogosamente,
pero deseo silencio ahora en mi mente,
luego de tu adiós.

Pero estoy feliz, sabes, si lo sabes,
tu tumba está al lado de la mía 
y hasta el final, 
a media noche, 
medio corazón te llevaste, 
pero una promesa dejaste enterrada:
Contrato de amor,
de dolor y pasión. 
 
Un anillo crece y renace con una
flor que se esparce
en nuestra tierra que con un aroma impregna
a quien pase y lo interna en un romance
juvenil y senil, inspirando a amar,
una vez más.
 
"Hasta que la muerte nos separe."

1 de noviembre de 2011

Entre cajas de cartón.


Beso a beso, 
fuego a fuego, 
entibias mi 
helado invierno.
 
Y confuso 
me entiendo.
 
Roce a roce, 
mano a mano, 
calmas y cautivas 
mi nervioso palpitar.
 
Y entiendo 
y me pierdo.
 
Cuatro estrellas 
se reflejan copiosas y 
estallan en nuestro 
curioso mirar.
 
Y me pierdo 
y encuentro.
 
Con susurros 
intento la cima 
escalar, alcanzar 
y triunfar.
 
Mi hogar es tus
tus labios besar.
 
El chapoteo de un 
elegante al pasar 
me pringa la piel.
 
Y el rocío
nocturno siento.
 
Envuelto en el frío, 
borracho despierto, 
confuso, torpe y abatido.
 
Y sin nombre 
y sin cima.
 
En el sopor un gato maulla. 
Lo acurruco entre el cartón y
de nuevo escucho tu voz 
susurrar "te amo", "te amo".

 Comienza la función 
y otra nueva ilusión...